NACIMIENTO DE IDEAS
Estaba sentado en la oficina, con la
mirada fija en la pantalla, espalda recta y los dos pies en el suelo.
La manera ideal que retratan en los manuales sobre ergonomía.
Su cara relajada no trasmitía
nerviosismo, ni una mueca o signo de tensión se atisbaba. La paz que
reflejaba podría ser estudiada por los mimos de los parques de
cientos de kilómetros a la redonda.
Movía el ratón con ligereza, con
suavidad, sabiendo dónde estaba y dónde quería ir a parar.
Utilizando perfectas líneas rectas. Dejando en el aire apenas el
nimio sonido de un clic como recuerdo de su presencia.
Al escribir en el teclado el ritmo
era mágico. Rozaba las teclas y estas ejecutaban su función
haciendo que palabras nuevas fueran descubiertas a los ojos de los
que miraran la pantalla. La musicalidad de los pequeños golpes sobre
ellas hacía que uno pensara en ponerlas letra, como si fuera una
canción.
Daba la imagen de estar disfrutando
de una tarde relajada en el bosque, en lugar de en la lóbrega
oficina, de paredes grises y chillones teléfonos; de estar admirando
el gorjeo de los pájaros en vez de los gritos de los compañeros.
Pero en su cabeza todo funcionaba de
manera diferente, errática, aturullada, rebosante de energía y de
tensión. Como en un volcán en erupción, decenas de ideas eran
escupidas por segundo. Ideas que se convertían inmediatamente en
ceniza al no tener tiempo suficiente como para materializarse.
Algunas de
esas ideas, a base de coraje y repetición se iban haciendo fuertes y
competían entre ellas para hacerse con un pequeño porcentaje de
atención, para poder así crecer y dejar de ser meros esbozos
etéreos y convertirse en ideas completas.
Ideas que cumplieran su cometido,
llegar a la pantalla, convertirse en palabras escritas y no quedarse
en meros impulsos eléctricos desperdiciados. Y entre ellas se
alimentaban. A veces, una pequeña idea, ni siquiera considerada como
un susurro ante un huracán, era capaz de abrirse paso ante ideas
formadas, destruyéndolas, o en el mejor de los casos asumiéndolas,
fagocitándolas.
Cuando la idea era lo
suficientemente intensa y poderosa, cuando era capaz de detener el
torbellino, de clavarse en su mente como una viga en un buen lecho de
cemento, esa idea sonreía.
Sonreía porque notaba cómo viajaba
poco a poco, en un baile sensual por metros y metros de cableado
bio-eléctrico, hasta las yemas de los dedos de su recipiente,
pudiendo al mismo tiempo ver, mediante los ojos de éste, que se
estaba convirtiendo en palabras.
Nacida de un volcán, se hallaba
ahora en el remanso de paz de la pantalla blanca, como una nueva y
pequeña isla en el océano.